lunes, 8 de diciembre de 2014

Vienes solo, te puedes ir acompañado

Las impolutas sabanas blancas de los hoteles son un detalle constante que me recuerda que esta no es mi cama. La luz a través de las gigantes cortinas me comunica que hemos sobrevivido a esta noche. Eso quiere decir que aun tenemos un tiempo para estar juntos aunque no sabemos cuanto exactamente.
Me gusta apoyarme en la ventana ver el movimiento temprano, los coches de los madrugadores, los que pasean, los que llegan tarde, los repartidores y lo que acaban de salir del turno de noche, todo ese sector de gente capaz de aguantar despierta en esa franja horaria. 
Yo ni si quiera soy capaz de llamar a recepción para pedir un café.
Y cuando te miro y me pregunto si sabes que te estoy mirando. Y cuando te mueves te susurro si estas despierto. Entonces estiras los brazos y me siento a tu lado.
Con fuerza me arrebatas la postura y acabo acurrucada contra ti, abrazados y sonriendo. Me refunfuñas con voz de dormido, que solo 5 minutos más y yo imagino que serán más de 10 y me relajo. En el espejo aun puedo ver la rendija de la ventana entreabierta, y me digo a mi misma que yo sin ti ahí fuera no salgo.
Sería una tontería no estar juntos, sería una tontería no aprovechar cada segundo de lo que nos quede. Que yo me dejo arrastrar por la marea si entre los resquicios del naufragio tú te salvas. Necesito notar como el sol roza nuestro cuerpos, la brisa nuestro pelo y el mar parece estar de acuerdo con que nos quedemos orbitando juntos.
Quiero sentir que el mundo es pequeño desde un avión y que tu sigas de la misma estatura a mi lado.
Creo que lo que de verdad quiero es dibujar en este mar de sábanas blancas un plan para nosotros, como si de un folio blanco se tratara en el que se puede empezar de cero. 
Calle 13 - La Vuelta al Mundo

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